HORA SANTA
“MAESTRO,
¿Dónde VIVES?
“Vengan Ustedes que están fatigados y
cansados y Yo los aliviaré. Vengan conmigo a un lugar apartado y descansen
conmigo un poco”. Y aquí estamos, hemos venido aquí a su presencia,
para descansar un poco en el Corazón del Señor.
En
este encuentro con Él, vamos a orar, cantar y reflexionar en ese encuentro entre
Jesús y los primeros discípulos, después de que Juan Bautista presentó a Jesús como
el “Cordero de Dios”. Un pequeño grupo de hombres lo sigue, atraídos por el llamado
misterioso que sale de su persona. Es la llamada, es la vocación que Dios dirige
a toda persona en Jesús, para invitarla a entrar en su casa y quedarse con Él.
Al
hombre que está en actitud de búsqueda y de disponibilidad, Dios lanza su llamado
misterioso: esta vocación es un llamado personal. Y espera de parte nuestra una
respuesta, que es una elección de vida y un empeño de testimonio. La palabra que
nos ha llamado a ser discípulos de Cristo Jesús tiene que ser testimoniada de parte
nuestra en nuestra vida, en nuestras relaciones, con un lenguaje y actitudes de
bondad, de amor, para que otros también, a través de nuestro testimonio, sigan
a Jesús.
CANTO:
BENDITO,
BENDITO SEA DIOS
SALMO
DE ALABANZA (Sal 72)
Para
mí lo bueno es estar junto a Ti, Señor y hacer mi refugio en Ti.
Yo
siempre estaré contigo, sostienes mi mano derecha, me guías según tus planes y
me llevas a un destino glorioso. R.
Si
morada tengo en el cielo, mientras vivo en la tierra, mi corazón se consume por
Dios, mi heredad perpetua. R.
¡Qué
bueno eres para el justo, para los limpios de corazón!
Cantaré
todas tus acciones en las puertas de Sión. R.
ESCUCHANDO
LA PALABRA
Nos
encontramos esta tarde con alguien: con Jesús. Hay encuentros que no se olvidan:
alguien que se interesa por nosotros, nos da confianza, nos interpela y nos tiene
en cuenta para colaborar. Jesús se ha rodeado de sus primeros amigos de esta manera.
Ellos nunca olvidaron ese primer encuentro. También nuestro encuentro hoy con
Jesús puede hacer cambiar algo en nuestra vida. “Vieron donde vivía y se
quedaron con Él”
Del Evangelio de San Juan (Jn. 1,35-42)
“Al
día siguiente, Juan el bautista se encontraba en aquel mismo lugar con dos de
sus discípulos. De pronto vio a Jesús que pasaba por allí, y dijo: “Este es el
Cordero de
Dios”.
Los dos discípulos lo oyeron decir esto, y siguieron a Jesús. Jesús dio media vuelta
y, viendo que le seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos contestaron:
“Maestro,
¿dónde vives?” Él les respondió: “Vengan y vean”. Se fueron con él, vieron donde
vivía y pasaron aquel día con él. Eran como las cuatro de la tarde. Uno de los dos
que siguieron a Jesús por el testimonio de Juan era Andrés, el hermano de Simón
Pedro.
Andrés encontró en primer lugar a su propio hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado
al Mesías”. Y lo llevó a Jesús. Jesús, mirándolo, le dijo: “Tú eres Simón, hijo
de Juan; en adelante te llamarás Cefas, es decir Pedro”.
Palabra
del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
Nos
ponemos de rodillas. Estar de rodilla ante Jesús Eucaristía nos hace recordar
que estamos delante del Señor de la historia y lo reconocemos como el único
Señor de nuestra vida.
Cuando
pienso a mi vida y a mi historia, Jesús, o a la historia de tantos otros amigos,
encuentro mucho parecido con el relato evangélico. Si te he seguido es porque
yo también he oído una voz que me decía: “Es Él el Cordero de Dios”. Ha sido el
Juan Bautista de turno que me empujó hacia Ti. Sin embargo hizo falta algo más:
la decisión de ponerme en camino, el deseo de encontrarte, la disponibilidad a
estar contigo sin medir el tiempo. No, no es con breves telegramas que se puede
comunicar contigo, ni reservándote algún pedazo de tiempo que sobra de todas
las demás actividades que rellenan mi jornada, ni mandándote un saludo
apresurado, o persignándome de prisa delante de un tempo.
A mi
pregunta: “¿Dónde vives?” tú no me has respondido con una fórmula de catecismo.
Tú simplemente me has dicho de seguirte, de estar contigo, de escucharte, de
quedarme junto a Ti “Vengan y vean”, esta es tu respuesta que desde siglos
lanzas a los de corazón sincero y generoso que te buscan.
No
existen escapatorias, efectos mágicos, inmersiones instantáneas. Es un camino
de encuentro y de amistad que exige tiempo de cercanía, exige paciencia y fidelidad,
disponibilidad y diálogo. Solo así puede nacer una relación que nos cambia la
vida.
Todos:
Señor, tú me has comprado de veras con alto precio. Me has hecho miembro de tu
Cuerpo y templo de tu Espíritu. Te bendigo por la llamada que has puesto dentro
de mí y porque tu palabra orienta continuamente mi búsqueda hacia un verdadero
encuentro contigo. Pongo a tus pies y en tu corazón todas las ambigüedades de
mis expectativas y de mis proyectos, para que sea solo tu voz a guiar mis pasos
hacia Ti Ayúdame a quedarme cerca de Ti, a no tener miedo del silencio, de la
contemplación, aquel silencio que me permite de hacer una experiencia profunda
de tu amistad.
Señor,
habla que tu siervo te escucha. Por eso quiero abrir mi corazón a una renovada
escucha de tu palabra, para seguirte en cada elección concreta de mi vida.
Amén.
(Unos momentos de adoración silenciosa)
CANTO:
EN
REFLEXIÓN
“¿A quién están buscando?”
pregunta Jesús a los dos que lo seguían. ¿Qué buscas tú, niño, joven, adulto,
cuando buscas a Dios? ¿Porque quieres ser su discípulo? ¿Qué buscas en la
religión?
En la
religión yo busco seguridad; aquella seguridad interior que no me da la ciencia,
que no me da la razón, que no me dan mis capacidades humanas, porque las siento
cortas para llegar a la verdadera Verdad de mí mismo, y las siento inseguras para
dar un sentido profundo de la vida. Esta seguridad la busco en la fe, en Dios, creador
de las cosas, y por eso verdad de las cosas, y amante del hombre, y por eso sentido
seguro de la vida.
“Maestro,
¿dónde vives? Le preguntan aquellos primeros buscadores de Dios. ¿Dónde se
encuentra Dios? ¿Dónde lo podemos encontrar? ¿Dónde vive Dios?
Es
una pregunta urgente en nuestra actualidad, entre tanta irracionalidad y subjetivismo
en la experiencia religiosa. Dios no vive en un misterioso pensamiento teórico;
Dios no vive en la magia o en las supersticiones; Dios no vive en ideologías ni
en los libros; Dios no vive en las telenovelas. Dios, que es una persona viva y
activa, ha querido facilitar la búsqueda de hombre, haciéndose hombre, tomando
su demora en un hombre, manifestándose físicamente en Jesús de Nazareth, que ha
demostrado en la historia que es el verdadero Dios con nosotros. “Vengan y
vean”, nos dice Jesús.
“Fueron
y vieron donde vivía”. El estar y habitar con Jesús es el secreto de la vida y de
la acción. Es un habitar que penetra hasta el fondo de su corazón. Es un
entender su deseo lleno de amor. Él nos ha dicho: “Vivan en mi palabra” (Jn
5,38),
“Permanezcan
en mi amor” (Jn 15,9), “Permanezcan en mí y Yo estaré en
ustedes, como Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 17,21-22).
Que
sea esta dimensión de interioridad que dé un sentido, luz, energía a nuestro
vivir. Quién ha estado cerca de Jesús, quien se ha encontrado verdaderamente
con él, ha salido de la experiencia convencido y cambiado. San Juan, que nos
relata ese primer encuentro con Jesús, recuerda hasta la hora “eran las cuatro
de la tarde”, y hasta el fin de su vida proclamará la convicción plena de
haber tocado con mano la divinidad en Jesús el Nazareno.
“Lo
que era desde el principio, lo que nosotros hemos visto con nuestros propios
ojos, lo que hemos oído, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manso han
tocado, o sea el Verbo de la vida, porque la vida se ha hecho visible y
nosotros la hemos visto, lo que hemos oído y visto, nosotros lo anunciamos a
ustedes, para que ustedes también estén en comunión con nosotros. Y nuestra
comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. (Jn.1,1-3)
Quien
se encuentra con Cristo, se encuentra con el verdadero Dios, el Dios bueno y
misericordioso, que se ha hecho visible entre los hombres. Si nuestro encuentro
con Jesús es verdadero y profundo, no viviremos más igual que antes, sino que
estaremos llenos de una luz nueva y nos sentiremos provocados a dar nuestra vida
como él.
Lector
El
encuentro contigo, Señor Jesús, nos anima a gastar la vida para un ideal alto,
nos estimula a estar y vivir contigo, nos señala un nuevo camino personal, haciéndonos
don a los demás, nos lanza tras de Ti, a vivir como Tú, a servir como Tú, a
amar como Tú.
Sólo
Tú, Señor Jesús, cambias nuestro corazón y nuestra vida, transformas nuestra historia,
das sentido a nuestros proyectos. Para construir tu Reino, hace falta pararnos
y quedarnos cerca de Ti, estar contigo, dejarnos transformar por Ti, dejarnos
amar por Ti Quién te ha encontrado no puede continuar a ser lo mismo, a hacer
lo mismo. Tú penetras el corazón y conoces sus fibras más secretas.
Concédenos,
Señor, ponernos en continua escucha de Ti, para conocer tu voz, saber tu voluntad
y seguir tus pasos. Amén.
(Momentos de adoración en silencio)
CANTO:
DESDE
LA PALABRA
Lector:
El
cálido testimonio de Juan el Bautista nos dice también el método para un verdadero
encuentro con Cristo Jesús.
Normalmente
el llamado de Dios pasa a través del testimonio de un hermano.
Para
encontrar a Cristo debemos necesariamente fiarnos de las indicaciones de alguien,
debemos ponernos en escucha, en la escuela de alguien que conozca los senderos
de la interioridad y de la fe mejor que nosotros. Juan bautista indica, pero toca
a los discípulos moverse, ponerse en camino, seguir a Jesús.
“Juan
Bautista, fijando la mirada en Jesús que pasaba, dijo:- He ahí el Cordero de
Dios!
Y los dos discípulos, escuchando a Juan, siguieron a Jesús”.
Así
Simón Pedro será llevado a la presencia de Jesús por medio de su hermano
Andrés,
así, más tarde también Natanael irá a Jesús por medio del anuncio de Felipe.
Samuel
siente el llamado de Dios a la escuela de su educador y corre hacia Elí, cuando
siente que alguien le llama:
“Mes
has llamado, aquí estoy. Entonces Elí comprendió que era Dios que llamaba al joven
Samuel y le dijo: Si te llamará de nuevo, dirás: Habla, Señor, que tu siervo te
escucha”.
También
nuestra fe, si lo piensas bien, nos llega del ejemplo de nuestros padres, o de
un sacerdote amigo, o de un encuentro con un cristiano significativo que nos ha
llamado la atención. Sin embargo este testimonio es solo el inicio, para llegar
a Jesús. Es la experiencia personal y directa con Jesús que cambia y salva. Son
los encuentros con Jesús en la oración, en la meditación de la Palabra, en los sacramentos,
en la Eucaristía, que nos cambian, nos llenan y nos construyen la vida.
“Andrés
dijo a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías”, y lo llevó a Jesús.
Ese
día se quedaron con Jesús. Y Jesús dijo a Simón:- Tu eres Simón, hijo de Juan.
De ahora en adelante será Cefas, o sea Pedro”.
Cuando
nos encontramos con Jesús, y estamos con Él, llega el momento en que sentimos
que Jesús nos urge a un compromiso. Quien no calienta el corazón en la presencia
de Jesús, quien no se apasiona, no quema. Es porque no ama, o porque no ha
descubierto nada de nuevo, nada de grande. Es porque no ha encontrado de veras a
Jesús!
Esto
es un examen también para nosotros. Venimos al templo con frecuencia, nos
decimos discípulos de Jesús, pero, ¿vivimos el Evangelio y actuamos como discípulos
en lo cotidiano, en la calle, en la casa, entre los amigos? El discípulo es el que
se apasiona por Jesús y por su misión.
Todos:
Tú,
el Buen Pastor, me has buscado y me has encontrado. Me has atraído desde la
infancia, te has manifestado, me has convencido, me he fiado de ti, he empezado
a seguirte. Me he alegrado de poder caminar tras de tus pasos, a veces lentamente,
pero siempre con trepidación. Me has acompañado con la riqueza abundante de tu
palabra. Me has llamado a continuar tu misión en mi mundo, me has pedido de ser
tus pies, tus manos y tu corazón para tantos hermanos que necesitan.
Te
agradezco por haberme escogido, por haberme llamado, por haberme acogido,
guiado, sostenido y amado.
(Momentos de adoración en silencio)
Lector:
Hagamos
el intento de entrar en la escena del Evangelio y pongámonos en el lugar de
esos dos discípulos que siguen a Jesús tras del anuncio del Bautista. Jesús nos
invita a su casa, nos hospeda y se sienta en la cena con nosotros, pasando la tarde
juntos a nosotros.
¿Qué
nos dice, en esa intimidad de su casa? …. Y nosotros, ¿Qué le decimos? …
No
podemos estar cerrados en nosotros mismos, cuando él, Jesús, abre su intimidad
y su amistad. Es necesario abrirnos también nosotros, debemos ser capaces de
abrir la puerta de nuestro corazón para hacer entrar a Cristo Jesús y hacer que
él se quede con nosotros.
“He
aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y me abre, yo entraré
en él, cenaré junto con él y él conmigo”.
Si
tienes la valentía de abrir aquella puerta, verás que él entrará con esa dulce prepotencia
de la verdad, del amor, y seguramente serás tú que le insistirás de no irse
jamás de ti.
“Quédate
con nosotros, porque está anocheciendo”. “Señor, ¿adónde iremos? Tú solo tienes
palabras de vida eterna”.
Ahora
nos toca a nosotros. ¿Qué nos pide el Señor? ¿Y cuál es nuestra respuesta?
¿Cómo
hacer para que nuestra permanencia con el Señor determine un cambio en nuestra
vida? ¿Qué pide Jesús a aquellos que él escogió para que estuvieran con él, también
a mí?
Si
dejamos que estas preguntan tomen respiro en nuestro corazón, probablemente encontraremos
los caminos que nos lleven a ser discípulos y misioneros de Jesús, de su
Evangelio.
Todos:
Señor,
nos hemos gozado pensando en esta tarde maravillosa en la que llamaste a Juan,
a Andrés, a Pedro y a Felipe o a Natanael, en ese misterio de servirte de unos
u otros para escoger a tus primeros amigos y discípulos. Y hoy, lo sabemos, tú
te sirves de otros para llamarnos a nosotros para estar cerca de Ti y mandarnos
a continuar tu misión. Tú continúas buscando pescadores de hombres por los
caminos del mundo. ¿Me quieres también a mí? Señor, heme aquí, deseo hacer de
mi vida lo que Tú deseas. Heme aquí, estoy listo: ¡llámame también a mí! Heme
aquí, estoy listo pata ir contigo para gritar a todos que tú eres el secreto de
la alegría y de la plenitud en la vida. Amén
CANTO:
SEÑOR, TOMA MI VIDA NUEVA